martes, 7 de junio de 2011

DE CAMINO...




En estos días se repiten en muchos de nuestros pueblos y ciudades estampas de las salidas de hombres y mujeres, caballistas, carriolas y charrets que, siguiendo a su "simpecao", se disponen a hacer el camino rumbo a la aldea del Rocío para su encuentro con su Virgen. Una tradición que se renueva cada año y que está llena de flolclore, fiesta y devoción.

Mucho se ha hablado y se ha escrito sobre el significado del "camino" o del sentido de la romería en sí y creo que poco puedo aportar sobre este tema, simplemente porque nunca he sido partícipe de este evento y solo lo conozco por lo que me cuentan personas que sí que la han vivido. Por eso quiero que me entiendan este artículo como una reflexión en voz alta, una simple opinión de alguien que lo ve desde fuera, respetando todas las posturas y las vivencias y emociones de cada cual.

Entiendo que la fe y la devoción de mucha gente pueda mover montañas y su apego hacia la "Blanca Paloma" sea uno de los referentes de su vida, comprendo también lo de festivo tiene una romería y, por ende, de exaltación de la alegría. Quizás mi punto más crítico va en la dirección de esa mezcla "chirriante" entre religión y fiesta. No quiero decir con ello que no veo bien que no se manifieste la "expresión" más popular, pero cuando ese ingrediente festivo supera lo puramente eucarístico, pienso que se puede distorsionar todo el sentido de la romería.

Creo que los que participan en el camino y en la romería en sí deberían ser sumamente respetuosos con todo aquel que va, vive y siente el evento como expresión de su fe, sus promesas y su convicción cristiana. La pena es que cada año se repiten y de forma creciente las escenas donde la romería queda enturbiada por episodios lamentables donde el alcohol y otras drogas se convierten en protagonistas de la fiesta. Excesos que perjudican el propio sentido de una de las romerías más antiguas e importantes de nuestro país, sin mencionar los destrozos ambientales que conllevan los días de camino, el maltrato a animales o los disturbios en la propia aldea. Respetemos a todas y cada una de las personas que optan por vivir estos días en un romería en su sentido más puro de la acepción. Las juergas y las fiestas tienen otros escenarios para ellas...

8 comentarios:

Francisco Corrales dijo...

Porque lo quiso Dios, porque así convenía, se extendió por los campos y ciudades el culto a la Señora. Y porque Dios lo quiso, fue señalando Ella los lugares en los que deseó que estuviese su imagen de un modo permanente. Por montes y campiñas, por llanos apacibles y rientes y por altos picachos de la sierra, la Virgen, en prodigiosas apariciones, fue escogiendo los riscos o llanuras donde asentar sus tronos. Una serie de ellos acomodó en la altura, en las montañas. Se diría que Ella buscó muy altas cumbres desde las que poder contemplar el rebaño esparcido a sus pies. Se diría que la Virgen, sintiéndose emperatriz, puso en alto su trono para así presidir a sus súbditos fieles y estar atenta a sus necesidades.

En mis largos viajes por España visité numerosos santuarios marianos. Casi tocando s los cielos está Nuestra Señora en la Peña, de Francia. Sobre un gigantesco pedestal desde el que se domina vastísimo paisaje se asienta en Montserrat. Rematando gloriosamente una alta sierra se encuentra en La Cabeza, en término de Andujar. En la cumbre de un monte, en Guadalupe de Fuenterrabía. En elevada cueva, en Covadonga. Sobre altísima peña está en Alájar. Dominando una vasta extensión la encontramos en Tíscar. En la proa de la Sierra Morena, en término de Lora, en Setefilla. Y como en un prodigio de ascensión, en el sitio más alto de Andalucía Occidental, está Nuestra Señora de la Sierra, que se venera en Cabra.

Francisco Corrales dijo...

Hay Vírgenes serranas: del Monte, Guaditoca, el Robledo... Las hay de las campiñas: la de Gracia, en Carmona; el Consuelo, en Utrera; la Merced, de Jerez; los Milagros, del Puerto... Y las hay marineras, que gustan sentirse arrulladas por las olas del mar: el Rosario, de Cádiz; la Oliva, de Vejer; de la Luz, en Tarifa... Y hay Vírgenes huertanas: así la Fuensantica entre naranjales, en paisaje de ensueño.

Son algunos santuarios exponentes espléndidos del arte y las riquezas. Otros tienen la gracia de lo humilde, claridades de cal, serenidad de ambiente campesino. Uno hay que es distinto a los demás: el Rocío en las marismas. El Rocío es todo luz. Aquella claridad es claridad del cielo. Por eso, porque aquello es trasunto de la Gloria, la gente fue acercándose, ganada por la fe y por el amor, y así surgió la aldea embrión de un pueblo.

La Virgen del Rocío es para vista, como para ser visto es todo el encantador ceremonial de esta fiesta sin par: la vistosa llegada de las hermandades; el rosario, que es la estampa más bella y de más colorido que puede contemplarse; la procesión, en ambiente caldeado por una devoción conmovedora que cuaja en entusiasmo singular... Todo es en el Rocío bello, aleccionador. Hay quienes no saben ver porque no saben mirar, o porque cuando miran están ganados ya por prejuicios. Es lo de la Semana Santa sevillana. Ni en ella ni en el Rocío se puede ver tan sólo lo accidental y lo episódico, sino el fondo, el sentido, la teología que encierran estas solemnidades y que quienes las sienten las viven con la más fervorosa emoción.

¿Qué es lo que hay en el fondo de esa algarabía de ruidos y de luces, de rezos y de coplas, de airosas “sevillanas” y oraciones devotas? ¿Qué, en esos caballistas de veloces carreras y qué en esas carretas de bueyes perezosos? ¿Qué, en esa abigarrada muchedumbre que va y viene afanosa, y que canta, y que reza, y hace del baile como danza litúrgica y al cante lo transforma en oración? Lo que hay en todo ello es el alma de un pueblo; hay una tradición muy venerable; hay acaso, sencillez e ignorancia en muchas almas, pero fe y entusiasmo inflamado de amor. Hay, en resumen, el alma de esta Baja Andalucía que aclama a la Señora con todo el corazón.

Si las Vírgenes de las altas montañas se me figuran emperatrices, esta otra del Rocío, en la inmensa llanura y a la orilla del mar, me habla de infinitudes: de un paisaje sin límites, grande como un trasunto de la Gloria, de un cielo que es inmenso, y de un mar infinito que en constante inquietud es fiel imagen de la vida misma, que es ansia incontenida y es afán.

El Rocío me habla de una Virgen que aquí se siente Madre más que Reina. Reina es por serlo Ella por su oficio de Madre de Jesús. Reina es por ser la reina de los cielos. Pero aquí en el Rocío, la veo con otro oficio que me consuela más: en el Rocío es Madre. Madre, como decimos en la Salve: de la Misericordia. Y siendo nuestra madre, y teniendo el oficio de ir derramando gracias por doquier, ¿quién, que vaya al Rocío, no vuelve enamorado de la imagen, del llano alegre y riente, de todo aquel conjunto que nos habla de gloria, de esperanza y de amor y de paz?

José MONTOTO

Francisco Corrales dijo...

La primera versión escrita que de dicha tradición se conoce, es la recogida en la Regla de la Ilustre, Más Antigua y Primordial Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Almonte, de 1757 y que textualmente dice:
"Entrado el siglo quinze de la Encarnacion del Verbo Eterno, Un hombre que, ò apacentaba ganado, ò havia salido a cazar, hallandose en el termino de la Villa de Almonte en el sitio, que llamaban de la Rocina (cuyas incultas malezas le hacían impracticable à humanas plantas y sólo accesible a las Aves, y silvestres fieras) advirtio en la vehemencia del ladrido de los perros; que se ocultaba en aquella selva alguna cosa, que les movía à aquellas expresiones de su natural instinto. Penetrò aunque à costa de no pocos trabajo, y en medio de las Espinas hallò la Imagen de aquel sagrado Lirio intacto de las espinas del pecado, vio entre las zarzas el simulacro de aquella Zarza Mystica ìlesa en medio de los ardores del Original delito miró una Imagen de la Reyna de los Angeles de estatura natural colocada sobre el seco tronco de un Arbol. Era de talla, y su belleza peregrina. Vestiase de una túnica de lino entre blanca, y verde, y era su portentosa hermosura atractivo aun para la imaginacion mas libertina.


Hallasgo tan precioso como no esperado, llenò al hombre de un gozo sobre toda ponderacion, y queriendo hacer a todos patente tanta dicha, à costa de sus afanes desmontado parte de aquel cerrado bosque, sacò en sus hombros la Soberana Imagen à Campo descubierto. Pero como fuese su intencion colocar en la Villa de Almonte, distante tres leguas de aquel sitio el bello simulacro, siguiendo en sus intentos piadosos, se quedò dormido à esfuerzo de su cansancio, y su fatiga. Despertò y se hallò sin la sagrada Imagen, penetrado de dolor, bolviò al sitio donde la vio primero, y allí la encontrò como antes. Vino à Almonte y refiriò todo lo sucedido, con la qual noticia salieron, el Clero, y el Cabildo de esta Villa, y hallaron la Sta. Imagen en el lugar, y modo que el hombre les havia referido, notando ìlesa su belleza no obstante el largo tiempo que havia estado expuesta, à la inclemencia de los tiempos, lluvias, rayos de Sol, y tempestades. Poseidos de la devocion, y el respeto, la sacaron entre las malezas y la pusieron en la Iglesia Mayor de dicha Villa, entre tanto que en aquella Selva se le labrava Templo.
Hizose, en efecto, una pequeña Hermita de diez varas de largo, y se construyò el Altar para colocar la imagen, de tal modo que el tronco en que fue hallada le sirviese de peana. Adorandose en aquel sitio con el nombre de la Virgen de Las Rocinas"

La realidad histórica es muy distinta. Pero, para mejor entender los hechos, será bien que digamos algo acerca del lugar donde se alzó a fines del siglo XIII la ermita de Santa María de las Rocinas.

Estas tierras de Las Rocinas no constan ni aparecen en el repartimiento de Sevilla, cosa muy natural, puesto que eran parte del reino mudéjar de Aben-Mahafut de Niebla, reconquistado por Alfonso X en 1262.

Las Rocinas, cazadero reservado a la Real Corona, se constituye como tal después del repartimiento de Niebla, con limites muy imprecisos en 1267. Desde el siglo XIII al XVI este Coto Real conserva su primitivo nombre de Las Rocinas. Restringidos posteriormente sus términos, desde el mismo siglo XIII, por diversas regias donaciones, ya en las reales cédulas de Felipe II se denomina Coto Real del Lomo del Grullo y Las Rocinas, unificándose después el nombre para quedar en Coto Real del Lomo del Grullo.

Francisco Corrales dijo...

Este cambio de nombre tiene su origen en la donación de la Madre de las Marismas que los Reyes Católicos otorgan a Esteban Pérez Cavitos, el 18 de Noviembre de 1476; ciertamente esta cesión significó para el Coto Real la pérdida de Las Rocinas. Andando el tiempo, el Concejo de Almonte, celoso del enclave de la ermita de Santa María de las Rocinas dentro de los linderos dados a la Madre de las Marismas, adquirió estas tierras por compra, en escritura pública de 23 de diciembre de 1582, confirmada por otra de 29 de marzo de 1583.


No obstante todo esto, fue Fernando el Católico uno de los reyes que más se preocuparon por la guarda y conservación del Bosque y Palacios de Las Rocinas. En 1491 ordenó importantes obras en el palacio, que el rey encomendó al jurado de Sevilla, Nuño de Esquivel, según consta en una real carta de 12 de enero del mismo año.

Por otras reales cartas de 30 de abril de 1494 y 22 de enero y 9 de agosto de 1513, dictó diversas disposiciones y ordenanzas para la conservación del Real Bosque y de la guarda y veda de su caza, Carlos V, el Emperador, también se ocupó del Coto Real por cédula de 29 de octubre de 1518.

Felipe II, meticuloso administrador de todo, como consecuencia de ciertos informes del alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla, siendo todavía príncipe heredero, mandó en 1553 ampliar en una legua más en redondo los linderos del Coto Real.

Por la parte de Almonte, la linde quedó establecida a lo largo del arroyo del Algarrobo, corriente abajo, hasta entrar en el del Ajonjolí, quedando la ermita de Nuestra Señora de las Rocinas a la derecha y fuera de la llamada legua innovada.


Felipe IV estuvo en el Lomo del Grullo, de paso para su celebre visita al Bosque de Doñana, en 1624; también estuvo en el Lomo del Grullo Felipe V, en 1729, durante la estancia de la corte en Sevilla.

Francisco Corrales dijo...

Así, con estos linderos, por decisión de Isabel II en pro de la Hacienda, fue enajenado de la Real Corona el Coto Real del Lomo del Grullo, y adquirido en 1850 por los Infantes Duques de Montpensier. Allí, en el Coto del Rey, pasó largas temporadas la condesa de París, doña María Isabel Francisca de Orleáns y Borbón, que, con sus hijos, fue figura y signo de toda una época de la historia rociera.


Sin duda alguna, Alfonso X el Sabio, creador de este coto de caza, frecuentó durante sus muchas estancias en Sevilla, su Cazadero Real de Las Rocinas; no es fácil afirmarlo de sus sucesores Sancho IV y Fernando IV.

El más constante cazador en Las Rocinas fue Alfonso XI. Hemos de tener presente que don Alfonso el Onceno, desde que a los dieciséis años, en 1327, siendo ya rey, viene por vez primera a Sevilla, hizo de esta ciudad centro principal de su vida; y esto, no solo por su importancia y por su proximidad a la frontera morisca, sino porque en Sevilla tenía su amor: doña Leonor de Guzmán.



Clara prueba de ello nos la ofrece su Crónica en ocasión de la guerra con el Rey de Portugal. En 1337. estando en guerra con el rey de Portugal, desde Olivenza se vino don Alfonso enfermo a Sevilla. En el mes de julio, recobrado el Rey de su indisposición -dice Ortiz de Zúñiga-, volvió a campear contra Portugal entrando en el Algarve por el Condado de Niebla. La Crónica de don Alfonso el Onceno, más explícita, dice acerca de este hecho: El Rey había enviado a llamar los concejos de Écija, y de Córdoba, y de Carmona, y de Jerez, y algunas gentes del obispado de Jaén; y desque fueron todos allí juntos, el Rey salió de Sevilla y fue a San Lúcar del Alpichín, y otro día fue a Villalva, de Niebla, y de alli fue a correr montes a unos sotos muy grandes que dizen las Rocinas. Y estas jornada tomava el Rey en estas tierras porque los suyos que avian de ir con el pudiessen salir y alcançarlle.


El ejército, la hueste, se movía más despacio, y el Rey llevado de su pasión cinegética, quiso aprovechar este buscado compás de espera para ir con los caballeros de su casa y sus monteros, Diego Bravo, su montero mayor, y Martín Gil, Gotier Roiz, Pascual Pérez de las Rocas y otros, a fatigar sus sotos favoritos de Las Rocinas.

De acuerdo con el Estudio y Edición Crítica de Mª Isabel Montoya Ramírez, publicado por la Universidad de Granada en 1992, sobre el Libro de La Montería, Alfonso XI describia que: "En tierra de Niebla ay vna tierra quel' dizen las Roçinas, et es llana, et es toda sotos, et ay sienpre et puercos. Et son de correr d´esta guisa: poner la bozeria entre vn soto et otro en lo mas estrecho, et poner el armada al otro cabo en lo más ancho".
Y a fuero de experimentado conocedor del lugar, nos explica que "Et non se puede correr esta tierra sinon en yuierno muy seco, que non sea lluuioso; et en verano non es de correr, porque es muy seca et muy dolentiosa".
Y añade el regio cazador, como quien bien lo conoce todo: "Et señalada mjente, son los meiores sotos de correr cabo un yglesia que dizen Santa María de las Rocinas, et cabo otra eglesia que dizen Santa Olalla...."

Francisco Corrales dijo...

Estudios fehacientes prueban que este libro es obra de Alfonso XI y sus monteros, y en él se recogen a más de datos y textos anteriores, las experiencias del propio Rey, de su montero mayor, Diego Bravo, y de Martín Gil. El comienzo de su redacción puede datarse en los años 1340-1341 y su terminación hacia 1348. Naturalmente, las noticias en el libro recogidas son, como es de razón, de fechas muy anteriores.

De ello se deduce la existencia de la iglesia de Santa María de las Rocinas en el año 1337, en que, Alfonso XI va de montería a Las Rocinas.

Pudiéramos retrotraer esta noticia de la primera visita de Alfonso XI a Las Rocinas y, por tanto, la existencia del santuario hasta 1330-1331, años en que Alfonso XI hizo su primera larga estancia en Sevilla. De todos modos, se puede afirmar en base a los estudios realizados por investigadores de la talla de Infante-Galán, que en el primer cuarto del siglo XIV existía ya el santuario e imagen de Santa María de las Rocinas, esta misma imagen que ahora veneramos y en este mismo lugar desde los últimos años del siglo XIII.

Alfonso X, creó para si y para la Real Corona este cazadero de Las Rocinas, y fue con asiduidad a montear estos sotos.

El rey, que según el Infante don Juan Manuel, su sobrino, mandó hacer muchos libros buenos sobre el arte de la caza, fue tantas cuantas veces pudo a montear los ya entonces famosos sotos de Las Rocinas.

La primera y primitiva ermita de Santa María de las Rocinas fue edificada, y colocada allí la imagen de la Virgen, por orden de Alfonso X el Sabio, entre 1270 y 1284, (según Infante-Galán) al mismo tiempo que el rey don Alfonso se preocupaba en la edificación de la iglesia de Santa Ana, de Triana, cuya imagen titular, donación del propio rey, tantas semejanzas guarda en su rostro con la imagen de Nuestra Señora del Rocío.

A la par, se supone que fue igualmente levantada la ermita de Santa Olalla o Santa Eulalia, próxima a la laguna de su nombre, (et cabo otra eglesia que dizen Santa Olalla....) que era a su vez uno de los santuarios e imágenes de la Virgen que Alfonso X, tan ferviente devoto de la Madre de Dios, repartió por los lugares de su mayor frecuentación.


La casa del guarda que actualmente se encuentra en dicha laguna, dentro de los límites del Parque Nacional de Doñana, se supone construida sobre lo que algún día fuera aquella ermita dedicada a Santa Eulalia, que los árabes fonéticamente pronunciaban Shant Ulaya, que con variantes ha llegado hasta nuestros días como Santa Olalla.

Francisco Corrales dijo...

Por Antonio Caballero
Revista ROCIO marzo 1960


Tengo una pena en el alma... desde el 7 de Febrero...

Camino del Rocío, se suscitó el tema de que, de algún tiempo a esta parte, la Virgen llora...

En el Rocío, pareció me observar que la Blanca Paloma –la Virgen más bonita del mundo entero- estaba apenada, como queriendo romper a llorar...

Siempre la vi sonreír...; esto lo puedo jurar... De vuelta del Rocío, la pena que creí sorprender en el rostro bendito de la Reina y Madre de las Marismas me tiene hondamente preocupado...

Por qué está triste la Blanca Paloma? ¿Por qué ha de llorar la Reina de las Marismas?

Conocemos algunos motivos que hicieron llorar a Jesús: el encuentro con las almas enlutadas por la muerte de seres queridos, la amargura de amistades rotas, la previsión de catástrofes patrióticas con toda la secuela de víctimas inocentes y culpables...

Íntimamente compenetrada con Jesús, su Madre María. La solidaridad con la desgracia humana, el desconsuelo de amistades rotas, la amenaza de conflictos bélicos...; todo eso puede provocar las lágrimas de nuestra bendita Madre la Virgen del Rocío...

Digan si no es para llorar una Madre el desacato de los hijos al Padre, la desunión de los hermanos que se llevan a matar!

No ha de dolerle a la Madre de los hombres que se empeñen en convertir en Calvario el mundo universo!

No ha de sentir honda pena ante el egoísmo humano, pronto a pedir favores, tardo en ofrecer consuelos!

Que ya va siendo hora de que los auténticos rocieros acudan al Santuario de Almonte a compartir alegrías con Aquella que es la causa de cuantas tener podamos...

Que ya va siendo hora de que los auténticos rocieros incorporen a su vida el misterio de María que no es otro que llevarnos a Jesús...

Y si las sonrisas que siempre prodigó en su Palomar de Almonte no lograron, en muchos casos, ganar para Cristo al “fervoroso” rociero, nada más lógico que muestre su contrariedad y disgusto con el reproche imponente de las lágrimas de una Madre que llora...

Me parece que lloraba... Si la seriedad de la vida, si el sentido del pecado, si la importancia de la salvación, si el sentir con la Iglesia y con el débil, si el dejarnos llevar por su mano hasta el encuentro con Jesús, si la práctica de los Ejercicios Espirituales..., si todas esas cosas en conjunto, o cualquiera de ellas en particular, fuera requisito para enjugarte las lágrimas y devolverte la sonrisa, ¡oh mi Virgen del Rocío!, yo lo haría todo...
¡¡ANTES DE VERTE LLORAR!!

ANTONIO CABALLERO
Puerto de Santa María

Francisco Corrales dijo...

ABC 12 junio 1976

El artículo que acerca de la romería del Rocío publicaba el señor Infante Galán en el extraordinario de A B C del domingo lo ilustraban unas bellas fotografías de Alvaro García Pelayo. Aún cuando todas lindas, una es impresionante de verdad, porque hay en ella la expresión de tres momentos, de tres fases, de tres impresiones de unas almas heridas por las luces de la fe y el amor.


La muchacha que ofrece dos velas encendidas al paso de la Virgen tiene expresión de un hondo sentimiento de respeto; de una actitud cohibida e impresionada ante la vista de la Reina y Señora.


El muchacho que alarga el brazo ofreciendo su vela tiene expresión de seriedad viril, de acatamiento emotivo y sincero, de fe hombruna y robusta.


¡Y el viejo...! ¡Qué expresión la del viejo! En su semblante resplandece la fe. El viejo “ve” a la Virgen. En la imagen ve a la misma Señora tal como está en el cielo; y esta visión del cielo se refleja en su cara.


En su expresión yo veo algo más que un mirar y más que un sonreír. Se ve en él la expresión del que contempla lo que no pueden ver ojos humanos. Se ve en su sonreír una oración que aflora sin palabras a sus labios ya hundidos por los años. Y se ve en su mirada que “está viendo”.


Lo que el viejo está viendo no lo ven los demás. Lo ve él tan sólo. La Virgen ha querido mostrarse a este hijo suyo tal y como Ella es, en premio a aquel mirar hondo y ferviente.


En el Rocío, ese día, el día en que ese viejo de tan pobre apariencia ha mirado a la Virgen con aquella mirada de tan honda emoción y tanta fe, ese día, la Virgen quiso inundar de gracia a aquel hijo de ropas tan humildes que con sus manos cruzadas y su mirar tan hondo parece que está en duda de pedir o de dar.


Y en lugar de pedir bienestar y abundancia para él, ha preferido dar, y le ha dado a la Virgen la ofrenda de su fe y de su emoción.


Mientras, Ella le daba, con su gracia, esa serena paz que reina en su semblante de labriego andaluz.



José MONTOTO