miércoles, 19 de noviembre de 2008

GARCÍA MONTERO, POETA



Mucho se está hablando estos días de la noticia sobre el abandono de la Universidad de Granada por parte del profesor García Montero. Al margen de la noticia, conocida ya por todos, lo que me parece bastante triste es que este gran poeta haya sido conocido por muchos por este lamentable suceso y no por su trayectoria impecable como autor de poemarios llenos de una sabiduría genial que lo han convertido en uno de las grandes dentro del panorama de las letras españolas. Su reconocimiento le llevó a obtener el Premio Nacional de Poesía o el Premio Nacional de la crítica, entre otros muchos galardones.

Luis García Montero se ha destacado además por ser una persona comprometida socialmente, amante de la verdad en sus escritos y en sus hechos. Sus alumnos van a perder sus clases magistrales dentro de las aulas, pero nunca al hombre y su persona.

Hoy será noticia por dejar de ser profesor de la universidad de la ciudad que le vió nacer, pero por encima de todo eso queda la palabra del poeta, esa que nunca se borra...

Y como el poeta nos queda, soy de los que piensa que también debe quedarse el profesor; por ello me uno al Manifiesto de apoyo al poeta y profesor García Montero. Tú también puedes hacerlo dejando tu nombre y DNI en el correo apoyoaluisgarciamontero@gmail.com

1 comentario:

qp dijo...

Hay tantas maneras de vivir la vida que resulta que no había leído poema alguno de García Montero hasta el incidente.

En un principio y tras lectura diagonal como que no, que no encontraba alguno de mi gusto pero descubrí ese espacio que tienen algunos poetas en la red, con una pintura en la portada...que me hizo gracia.

Así que propongo tres celebraciones;
1. Que mi desconocimiento hacia la obra de este autor atenúe ese gravoso incidente con lo expresado, me acerqué a su obra.
2. Que mi orgullo se eleve justo, al poseer pinturas propias en mi sitio
3. Que reproduzca aquí dos joyas de sentido común, con las que se me fueron los pies, como con la música.

EL AMOR

Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.
Llevan su mercancía por las conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un ancla.

Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
usada por las olas,
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.

Porque la vida entra en las palabras
como el mar en un barco,
cubre de tiempo el nombre de las cosas
y lleva a la raíz de un adjetivo
el cielo de una fecha,
el balcón de una casa,
la luz de una ciudad reflejada en un río.

Por eso, niebla a niebla,
cuando el amor invade las palabras,
golpea sus paredes, marca en ellas
los signos de una historia personal
y deja en el pasado de los vocabularios
sensaciones de frío y de calor,
noches que son la noche,
mares que son el mar,
solitarios paseos con extensión de frase
y trenes detenidos y canciones.

Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.


RECUERDO DE UNA TARDE

Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje
rozado por la yema de los dedos,
son el mejor recuerdo de unos días
conocidos sin prisa, sin hacerse notar,
igual que amigos tímidos.

Fue la tarde anterior a la tormenta,
con truenos en el cielo.
Tú apareciste en el jardín, secreta,
vestida de otro tiempo,
con una extravagante manera de quererme,
jugando a ser el viento de un armario,
la luz en seda negra
y medias de cristal,
tan abrazadas
a tus muslos con fuerza,
con esa oscura fuerza que tuvieron
sus dueños en la vida.

Bajo el color confuso de las flores salvajes,
inesperadamente me ofrecías
tu memoria de labios entreabiertos,
unas ropas difíciles, y el rayo
apenas vislumbrado de la carne,
como fuego lunático,
como llama de almendro donde puse
la mano sin dudarlo.
Por el jardín, el ruido de los últimos pájaros,
de las primeras gotas en los árboles.

Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje, de vello traspasado,
su resistencia elástica
vencida con el paso de los años,
vuelven a ser verdad, oleaje en el tacto,
arena humedecida entre las manos,
cuando otra vez, aquí, de pensamiento,
me abandono en la dura solución de tus ingles
y dejo de escribir
para llamarte.